Historia de la literatura española
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El Renacimiento

El Renacimiento español
Introducción

1. EL RENACIMIENTO Y EL HUMANISMO EN EUROPA Y EN ESPAÑA

El Renacimiento, caracterizado por el retorno del arte y de los escritores clásicos, que de Italia se propagó a toda Europa, se introdujo en España desde fines del siglo XV y triunfa plenamente en el XVI. Sin embargo, el Renacimiento español tiene caracteres propios, que lo distinguen del de las demás naciones. No ahoga el espíritu nacional de la Edad Media, sino que lo ensancha y estimula, y viene a ser como un molde externo que se llena de contenido tradicional. Lo cual hace que la literatura española llega a su apogeo; es el comienzo del Siglo de Oro de nuestras letras y nuestras artes, coincidiendo con la hegemonía internacional de la monarquía de los Austrias.
Sin embargo, el concepto de Renacimiento, como toda noción historiográfica, se ve sometido a distintas consideraciones, según las diferentes tendencias de análisis histórico-cultural. Esto cobra aun más relevancia cuando se aplica al caso español:
·         ¿El Renacimiento en España sigue por los mismos derroteros que en el resto de Europa?
·         ¿Cómo se integra o relaciona lo medieval con lo renacentista en España?
·         ¿Hasta qué punto las circunstancias españolas merman el alcance de lo renacentista?
Menéndez Pelayo, en el último tercio del siglo XIX, quiso reivindicar el carácter puramente nacional y autóctono que tuvo el Renacimiento español, para defenderlo de las acusaciones de los románticos nacionalistas ultraconservadores, empeñados en ensalzar al máximo las virtudes del Barroco hispano que sería entonces el verdadero “siglo de oro”; pero también se enfrentó a la interpretación liberal que insistía en el paganismo y la heterodoxia religiosa del Renacimiento. Menéndez  Pelayo aceptaba esta tesis para Europa, pero no para el suelo hispano. Y es que Jacob Burckarrdt había dejado sentados (allá por 1860) cuáles eran los rasgos distintivos del Renacimiento siguiendo una metodología basada en el determinismo hegeliano:

      > Subjetivismo
> Gusto por la singularidad
> Pasión por la naturaleza

      > Culto por el mundo de la antigüedad clásica
> Deseo de perfección formal
> Escepticismo basado en un vago teísmo y > en la secularización de la cultura

Un joven Américo Castro(El pensamiento de Cervantes, 1925) matiza las ideas de Burckardt mediante las teorías de la doble verdad (la racional frente a la revelada por la fe) y las opiniones de Toffanin acerca de las repercusiones de la Poética de Aristóteles. De modo que Cervantes se convierte en la mayor expresión del humanismo renacentista, acentuando sus posibles dimensiones laicas, racionalistas y escépticas. Las afirmaciones de Castro fueron replicadas por Federico de Onís, Audrey F. G. Bell y Otis H. Green quienes defienden la ortodoxia de Cervantes e insisten en el valor enriquecedor que aportó la pervivencia de la tradición medieval y cristiana en la cultura y las artes españolas en los siglos XVI y XVII.
Marcel Bataillon (Erasmo y España) centra su atención, por otra parte, en cómo Erasmo de Rótterdam impregna la estética y el pensamiento españoles –pues su presencia puede rastrearse en El Lazarillo y en el Quijote– mediante:

        ·         Retorno al cristianismo primitivo
·         Exhortación a la lectura de la Biblia por todos los cristianos y en lengua vulgar

        ·         Superioridad de la religiosidad interior sobre el culto externo y las ceremonias
·         Gusto en el área de las letras por las obras basadas en diálogos y el estilo sentencioso, pero rechazo de la ficción de entretenimiento

Dejando al margen la aportación de Menéndez Pidal (La idea imperial de Carlos V), el Américo Castro posterior a la guerra civil española (España en su historia y La realidad histórica de España) evoluciona hacia la teoría de la edad conflictiva en que presenta la visión de una cultura social donde una casta mayoritaria (los cristianos viejos) somete y oprime a una casta minoritaria (los cristianos nuevos o conversos).
Y, entonces, aproximadamente en los años 50 del siglo XX, se replantea la cuestión de qué es el Renacimiento y, más concretamente, el Renacimiento español. De modo que la pregunta pasa a ser esta: ¿Qué designaban como Renacimiento los autores del siglo XIV al XVI?, y no ¿qué entienden por “Renacimiento” Burckardt, Dilthey o Cassirer?
Paralelamente a este replanteamiento surgen los estudios en torno al Humanismo, en tanto teoría y práctica de los studia humanitatis de los ambientes universitarios de finales del siglo XV y comienzos del XVI. Paul Oscar Kristeller y Eugenio Garin demuestran que el Humanismo es una cultura urbana que nace en las ciudades italianas del siglo XIV y que rompe con la cerrada lógica de la escolástica medieval. Se propone entonces como alternativa la restauración del ideal educativo de la antigüedad grecorromana, a través de los studia humanitatis que suponen entre otras cosas una elevación de la filología en tanto método de análisis de la realidad; pues el estudio, comentario e imitación del modelo lingüístico y literario grecorromano (mediante la gramática, poética, histórica y filosofía moral) se convierten en núcleo principal de conocimiento en abierta oposición contra la retórica  y la teología de la escolástica medieval.
Y a partir de estas premisas, estudiosos como Di Camilo, Lida de Malkiel, J. A. Maravall y Francisco Rico, entre otros, analizan cómo se desarrolla el Humanismo en España y hurgan sus antecedentes en el s. XV. Aunque, como matiza Francisco Rico, conviene no confundir el humanismo superficial y aparente de algunos miembros de la alta nobleza, del clero y la burocracia que latinizan su estilo y erudición, pero siempre dentro de la retórica medieval.
De modo que ya con Antonio de Nebrija y la protección del poderoso Cardenal Cisneros, el Humanismo español es una realidad que poco a poco empieza a dar frutos.
En cuanto al Renacimiento español queda claro que surge coincidiendo con la unidad nacional bajo el reinado de los Reyes Católicos y con el inicio de la expansión en ultramar. El reinado de Carlos V, supone la consolidación del proceso ya comenzado. Sin embargo, la diferencia reside en que brotan movimientos renovadores como el erasmismo, el iluminismo y otras variantes que cuestionan la cohesión del sistema imperial y de la ortodoxia católica amenazada seriamente por el luteranismo. Vienen entonces los tiempos de la Contrarreforma, del Concilio de Trento y de Felipe II, que suponen un giro casi radical a toda el movimiento innovador.
Esto en parte explica por qué la crítica histórica distinguió, en el siglo XVI, las siguientes etapas:

Primer Renacimiento (reinado de Carlos V, 1517-1556)

Al modo italiano, donde destacaron la poesía petrarquista de Garcilaso, la novela pastoril, la corriente erasmista y el Lazarillo de Tormes que da lugar a las posteriores novelas picarescas.

Segundo Renacimiento (algunos como Emilio Orozco lo denominan manierismo): reinado de Felipe II (1556-1598)

La auténticamente nacional asimilada, cuyos frutos fueron de Fray Luis de León y Fernando de Herrera, las creaciones de los místicos (San Juan de la Cruz y Santa Teresa) y ciertos nombres mayores de la picaresca, como Mateo Alemán, y, por supuesto, el genial Cervantes.

Aunque teóricos como García Berrio y Mari Carmen Bobes prefieren plantear la existencia de lo que designan con el nombre de edad renacentista, dominada por la poética clasicista o aristotélica, que a pesar de las diferencias nacionales y de los diversos contextos históricos, fluye como una tendencia común a toda Europa, que se extenderá incluso hasta el siglo XVIII, con el llamado neoclasicismo.

2. LA LITERATURA ESPAÑOLA EN TIEMPOS DEL EMPERADOR CARLOS V

Si establecer fronteras cronológicas es una labor ingrata por lo que tiene de falseamiento, hacerlo con movimientos culturales de larga duración y en los que los cambios sólo se perciben en la distancia y en los logros de los grandes hitos, es aún más complicado. La literatura española que se asoma al siglo XVI, como tantas otras manifestaciones de la vida cultural, se percibe como el resultado de una tensión entre hábitos procedentes del intenso siglo XV, con duradera penetración en el siglo XVI, y las imposiciones del nuevo impulso cultural que supone el desarrollo de los ideales humanistas. De la misma manera que la literatura española de la segunda mitad del siglo XVI solamente se explicará en muchas de sus mejores manifestaciones, como resultado de las circunstancias y los logros que la precedieron.
Y es que el reinado de Carlos V se abre y se cierra con dos obras maestras de la literatura española y universal: La Celestina y El Lazarillo de Tormes. Porque la literatura española en este periodo se basa en los siguientes elementos característicos:
1) Una nueva organización de los saberes se plantea como alternativa a la progresiva  especialización técnica hacia la que se ha ido decantando la Universidad medieval. El lenguaje de la ciencia, el latín, ha evolucionado para convertirse en una lengua útil para la transmisión de conocimientos, pero alejada del lustre y la elegancia de los grandes creadores clásicos. Así, al menos piensan quienes, profesores de lenguas clásicas en su mayoría, proponen una vuelta a los esplendores literarios de los grandes clásicos grecorromanos, para que la lengua latina, sin dejar de ser el vehículo para la comunicación del conocimiento científico, sea igualmente una lengua elegante y hermosa, hermoseada con los colores de la retórica clásica.
De este deseo de volver a la elegancia de la lengua latina surge la necesidad de leer a los autores en los que se cifran las claves del estilo, volver a leer a los buenos autores del pasado para aprender en ellos su uso de la gramática e imitar sus logros estilísticos. Renacer de los clásicos, Renacimiento, que trae consigo no sólo un gusto por la lengua y sus estudios (la Gramática, la Retórica, la Filología), sino por todo aquello que los autores clásicos transmiten en sus textos: Historia, Filosofía moral y filosofía natural, Ética, Estética. Todo ello constituye el nuevo elenco de saberes destinados a la perfecta formación del individuo, alejado de los saberes técnicos universitarios, los studia humanitatis.
2) La presencia de los clásicos se convierte en moda que vertebra la cultura del Renacimiento y que explica, también en la literatura, el gusto por determinados temas, formas y conceptos. Sin embargo, esto no es nuevo en el siglo XVI; por más que los humanistas quisieran presentar su luminoso programa cultural como opuesto a la oscuridad de esa edad intermedia entre la antigüedad grecorromana y la suya propia, lo cierto es que el mundo medieval no perdió, en ningún momento, el contacto con los clásicos, y particularmente en una segunda mitad del siglo XV que asiste a la lectura e imitación de los grandes autores romanos. Y los italianos.
3) Lo italiano es el otro vector que recorre la literatura del Renacimiento español. De hecho, en muchos casos, lo clásico y lo italiano se dan juntamente; o dicho de otra forma, los españoles acceden al conocimiento de los clásicos a través de los modelos italianos que, por así decir, se los presentan asimilados en unas formas literarias romances.
4) Otro factor de importancia en el desarrollo de la literatura del Primer Renacimiento es el desarrollo de la imprenta. Dejando de lado la valoración sobre los efectos de la imprenta en la nueva cultura, es un hecho que el cambio en la forma de difusión de los escritos contribuyó a la extensión de la lectura y a la difusión de autores y de nuevos géneros literarios, como la novela de caballerías. No obstante, a pesar de la imprenta y del gran éxito de las publicaciones conocidas como pliegos de cordel –tan excelentemente estudiadas por Rodríguez Moñino–, la difusión manuscrita siguió existiendo, incluso de forma predominante en el caso de otros géneros literarios y particularmente de la poesía lírica.



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